Comenzamos la andadura de este
blog, como no podía ser de otra manera, hablando sobre Córdoba, pero lo hacemos
tomando prestadas palabras ajenas que suscribimos y con las que nos
sentimos identificados; se trata de la visión de un viajero especial, de un
escritor que quiso ahondar en el alma de la ciudad. Tomamos algunas de las
palabras que Antonio Muñoz Molina escribió en la introducción a su magnífica
obra Córdoba de los Omeyas, que creemos y sentimos
constituyen el mejor de los posibles acercamientos a una ciudad
extraordinariamente especial y compleja.
"Empezamos a conocer una
ciudad cuando la vivimos como un hábito, no del tedio, sino de la pasión. Cada
mañana, cada uno de los días de mi breve viaje, yo buscaba a Córdoba en Córdoba
y me habituaba al deslumbramiento y a la quieta aventura de encontrar lo
inesperado y lo desconocido al mismo tiempo que lo presentía. / ... /
Córdoba sólo entreabre parcialmente su absoluta belleza a quien la recorre sin
apuro, a quien descubre en cada calle la tapia hermética de un convento o las
columnas de la fachada de un gran palacio abandonado, o un patio que exhala una
frescura de pozo bajo el agobio del calor, o una plaza sin nadie donde hay
estatuas romanas sin cabeza y columnas taladas como anchos troncos de árboles.
Córdoba es el deslumbramiento de perspectivas de arcos que llevan los unos
hacia los otros como el azar de los dados en el juego de la oca, la fogarada inmóvil
de una luz de desierto y la sabiduría de una penumbra calculada y modelada
hasta el límite. Tabernas umbrías, con aliento a sótano y a madera empapada de
vino, jardines donde se escucha un caudal de agua invisible. / ... /
Córdoba no es una ciudad decadente, una de esas altivas ciudades, enfermas de
pasado, en las que se vuelve irrespirable la vida. / ... / Córdoba es
simultáneamente todas las ciudades que ha sido desde que la fundaron, pero la
memoria de Roma y del Califato y de los esplendores funerales de la
Contrarreforma no convierte sus calles en las heladas escenografías de un
museo. Del pasado queda en el presente un rescoldo de sabiduría y de
lúcida predisposición hacia esos placeres regidos por el gusto que
tanto amó el emperador Adriano. En algunas tabernas de Córdoba la penumbra y el
vino son dos obras maestras del placer de vivir. Las calles parecen hechas a la
medida del viajero indolente, y su trazado curvo gradúa los placeres de la
caminata y la mirada con una exactitud de dibujo científico o de crescendo
musical serenamente contenido. Córdoba, lejana y sola, ofrecida y ausente, es a
la vez un reducto no vulnerado de la vida y un laberinto de la
literatura."
Antonio Muñoz Molina: Extractos
del capítulo I (Introducción a Córdoba), de la obra Córdoba de los
Omeyas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario